Ponerse a los mandos de un bólido y esquivar el tráfico a unos trepidantes 400 km/h es algo que gusta y mucho. Lo que pasa es que dicha actividad ya no es que sobrepase los límites de la ley, es que los destroza literalmente. Y eso por no hablar del riesgo para la vida propia y ajena. Por tales contraindicaciones, a los de Konami se les ocurrió que quizás debería existir una forma de acercarse a esas sensaciones sin necesidad de jugarse el pellejo -ni de alquilar un bólido-, por lo que se pusieron manos a la obra y crearon un juego arcade mítico: Road Fighter.
El bólido que ponen ante nosotros tiene un motor V12 DOHC 2500ps. Yo no entiendo mucho de coches, pero 12 válvulas en esa época debía de ser algo alucinante... y si le sumamos el color rojo clásico de los coches deportivos, tenemos un carro de los que quitan el hipo.
Nuestro bólido en diferentes perspectivas, ¿a que el motor visto de frente parece un muñequito?
El juego tuvo mucho éxito, por lo que se realizó una conversión para la NES, la que nos ocupa en éste análisis, y lo cierto es que no es una mala conversión. Es cierto que está muy capada, que pierde muchísimos detalles y que es excesivamente simple, pero mantiene lo primordial: dar esa sensación de velocidad. Road Fighter no se pierde en gráficos ni pretensiones de realismo, entre otras cosas porque la tecnología de la época se lo ponía difícil, así que lo hicieron sencillo, funcional y divertido. Y vaya si es divertido.
Derrapes así, y más bestias aún, los encontrarás en Road Fighter
A mí me pasó como a muchos otros, que conocimos este gran juego gracias a cartuchos piratas para la NES, de esos que contenían multitud de juegos clásicos. Y prácticamente todos coincidíamos en lo mismo: Road Fighter era de los mejores juegos. Y cuando un juego destaca entre los juegos de su generación es porque las cosas se han hecho bien.
Si por un momento os apetece olvidaros del realismo y de ver el reflejo del sol en los retrovisores con gráficos apabullantes, siempre se puede enchufar la NES y liarse a esquivar cochecitos de colores en una experiencia única e inolvidable.
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